Relatos de nuestros viajes en una moto Harley Davidson Softail Deluxe edicion limitada 2007 llamada Yosua
THE YOSUA TEAM
jueves, 14 de noviembre de 2013
Un mes de Julio diferente
Desde siempre me han gustado las motos, la primera, un Vespino, lo compré poco después de cumplir 14 años, detrás de esta vinieron otras motos hasta que terminé comprando mi primera Harley hace seis años para celebrar mi divorcio, era una Sporter 883 bicolor con la recorrí España, Italia, Irlanda y media Europa, siempre sola.
Quería hacer la ruta 66 y en cuanto tuve una oportunidad me agarré a ella realizando ese sueño en Abril de 2010, allí alquilé una Softail Deluxe de la que me enamoré desde el primer momento volviendo a España con la idea de comprarme una pero una muy especial, estuve un tiempo buscándola hasta que por fin encontré una belleza edición especial y con ella empecé una nueva etapa de motera de largo recorrido a pesar de vivir en una isla mientras la sporter pasaba semanas y semanas sin que me acercara a ella por lo que decidí venderla para que alguien la pudiera disfrutar tanto como yo lo había hecho.
Viajar sola tiene su encanto pero la casualidad e Internet hicieron que conociera a un hombre viudo que pasaba sus días entre el trabajo y el ordenador, apasionado de la música, el cine y la fotografía pero sin ganas de salir a la calle ni de tener ningún tipo de relación mas que una sana amistad mientras que esperaba que le hiciesen una delicada operación de reconstrucción de tibia que se había roto en un accidente y había soldado mal en la primera operación, la cojera se le acentuaba por momentos y las placas y tornillos rotos hacían pensar en una rotura inminente. Mientras esperaba el día de la operación empezó a acompañarme de paquete en todas las rutas de fin de semana en calidad de amigo y fotógrafo, pronto mis amigos fueron sus amigos y sus fotos unos recuerdos maravillosos de todas nuestras rutas por Mallorca, la preciosa isla en la que ambos vivimos.
Llegó el tan temido día de la operación al que siguieron semanas de recuperación y meses de rehabilitación, los amigos íbamos a visitar a Matias mientras se recuperaba tan lentamente que empezó a tener los primeros síntomas de una depresión, fue el momento de empezar a actuar, le conseguimos por Internet unas muletas plegables y con mucho cuidado le subimos a mi moto mientras se le llenaban los ojos de lágrimas y volvía, feliz, a dispararnos con su cámara, en ese momento nació la idea de un gran viaje para conocer España, yo la conocía bastante bien y él bastante poco y mal con lo cuál tras pedirle permiso a su médico nos preparamos para cumplir un sueño de 10.000 kms que quedó en 8.000 por culpa de algunos días de lluvia y otros de dolor y cansancio. Cogimos el barco una mañana soleada del primer día de Julio con destino a Valencia y de allí llegamos a una casita rural en un pueblo de Cuenca, Villarejo de Fuentes, que nos sirvió de base para recorrer todos los alrededores y algo más; Recorrimos toda la Serranía de Cuenca, Cuenca, La Ciudad Encantada , El Ventano del Diablo, El nacimiento del Río Cuervo, Toledo, Aranjuez, El Escorial, El Valle de Los Caídos, Llanes, Asturias, donde vimos llover cuatro días hasta que salieron unos tímidos rayos de sol que aprovechamos para salir disparados hacia tierras sin lluvia, Zamora, León, Avila, Salamanca, Cáceres, Mérida, Despeñaperros, Córdoba, Granada, La Línea de la Concepción , Tánger, Marruecos, Tetuán, El Peñón de Gibraltar, Serranía de Ronda, Ciudad Reál, Las Lagunas de Ruidera y la Cueva de los Montesinos, Almagro, Sierra de Alcaraz, Nacimiento del Río Mundo, Albacete y Valencia más o menos en ese orden. Nos quedamos con ganas yo de enseñarle muchos mas lugares y el con ganas de verlos pero ni el tiempo ni el dinero daban para más, en el puerto de Valencia aun nos planteábamos la posibilidad de volver a empezar el viaje, si no fuera porque tenia que volver a Mallorca para trabajar y porque no nos quedaba ni un euro nos hubiésemos vuelto de ruta por España hasta conocerla enterita a pesar de que en los últimos días habíamos tenido que elegir entre llenar el depósito o comer en restaurantes con lo cual aprendimos a hacernos estupendos bocadillos caseros en cualquier lado y disfrutar mas de cada kilómetro logrado.
Para mi como conductora y acompañante fue una dura tarea ya que mis nervios se sobrecargaban al verle con las dos muletas subiendo cuestas en Cuenca y en Toledo con el empedrado del suelo que parecía hecho para que resbalara en cualquier momento o caminando por caminos de tierra en la “Ruta de las Caras” en el embalse de Buendía, el Nacimiento del Río Cuervo, del Río Mundo y en las Lagunas de Ruidera, poco a poco entendí que su energía y fortaleza no era sólo física, había algo más profundo que le empujaba a comerse los paisajes y todos los lugares bellos con su cámara y que le hacían superar el reto de su minusvalía, al final volvimos con mas de 10.000 fotos únicas que lleva semanas ajustando y recortando.
Ha sido un mes inolvidable, único, Yosua, mi Softail Deluxe se ha portado de maravilla, no nos ha dado ningún problema, el único susto fue un gran montículo en el asfalto que nos hizo elevarnos en el aire durante unos segundos interminables, caímos de pie aunque descolocados mientras Yosua seguía bien asentada sobre el asfalto como si nada hubiese pasado.
Hemos visto amaneceres rodeados por campos de girasoles, campos de ajos que se secaban al sol en montones mientras los jornaleros los arreglaban antes de meterlos en cajas amontonadas junto a las camionetas, bosques interminables, roquedales, valles, ríos, lagos, pantanos y dos mares tan distintos en color y bravura que aun sorprenden en el recuerdo mientras los habitantes salvajes de los campos huían despavoridos ante el tronar de Yosua.
He viajado mucho y se que es muy difícil encontrar un buen compañero de viaje, alguien que entienda que el tiempo compartido es para dos y de dos, que todo es cosa de todos, si uno coloca el equipaje en la moto el otro hace los bocadillos, si se busca un desvío o un lugar en especial ven mas cuatro ojos que dos, es importante que el paquete sepa que debe colaborar en toda la ruta y que no es una parte mas del equipaje, asi se hace mas fácil la ruta, no te vence el cansancio si hay una conversación amena por los intercomunicadores o se cantan a dúo canciones de otras épocas.
Los moteros en la carretera son amables y corteses, no hemos dejado de saludar a ningún motero y ellos nos han correspondido en la misma forma, a muchos les ha sorprendido que dejemos la maravillosa isla de Mallorca para adentrarnos en los secarrales de Castilla, Extremadura y Andalucía, a los que esto nos decían no nos quedaba mas opción que responder que la belleza es muy distinta y está en todas partes.
En este momento no sabría con que recuerdo quedarme de todo el viaje, hay tantos lugares que me han sorprendido:” El Monasterio de Uclés, el castillo de Belmonte, los molinos de Mota del Cuervo o de Campo de Criptana, el embalse de Buendía y su” ruta de las Caras” cinceladas en las rocas del camino, los nacimientos de los ríos Cuervo y Mundo y sus rutas de cascadas interminables, Aranjuez y sus jardines y palacios, Cáceres que te transporta a siglos anteriores sólo con cruzar una puerta, pero de todos los recuerdos me quedo con un atardecer cualquiera en los campos de Castilla mientras nuestra sombra a lomos de Yosua se reflejaba sobre los girasoles, oscureciéndolos antes del anochecer mientras el sol se escondía lentamente.
Nada mas llegar a nuestras casas comenzamos a preparar el siguiente viaje y como no coincidimos en vez de uno serán dos: “III Tenerife Touring Ride” en diciembre y el viaje más esperado y deseado, Cabo Norte en Junio de 2012, ahora solo nos queda ahorrar, yo ya he dejado las coca colas y las cervezas, ahora tomaré gaseosa o agua y Matias ha dejado de fumar y ya no compra tantas revistas de informática. La ilusión siempre ayuda a que los sueños se cumplan pero hay que ayudarlos.
Nos vemos en la carretera compañeros pero cuidadin ahí fuera porque las latas con ruedas van como locos, vale? . Un besote corazones. Amaya
Amaya Puente de Muñozguren piloto y escritora
Matias Florit Serrano pakete y fotografo
10º Y ultimo dia de la aventura
Abrieron el comedor del
hotel antes de la hora habitual para que pudiésemos desayunar antes de
emprender la última ruta por tierras marroquís, de Marrakech a Tanger Med; 615
kilómetros del tirón, algunos temían no llegar a tiempo al barco aunque en el
fondo estaba claro que si no había averías ni retenciones íbamos a llegar con
tiempo más más que de sobra. Salíamos de la ciudad de Marrakech cuando
empezaban las primeras luces del día a dibujar colores en el cielo, disfrutamos
de ir haciendo fotos del magnífico amanecer que prometía un día de sol y calor.
Llevábamos el corazón encogido; de haber podido habríamos ampliado el viaje por
lo menos una semana más. El grupo se había consolidado con una gran amistad y
mucha ternura. Circulamos en perfecta formación, sin muchos bailes ni
aspavientos, recorrimos kilómetro a kilómetro tatuándonos las imágenes de este
país desconocido en la memoria para no olvidar nunca la gran sorpresa que ha
supuesto para todos nosotros su conocimiento. Volvíamos enamorados
profundamente de Marruecos, de sus montañas peladas llenas de colores, de sus
valles repletos de palmerales y tierras de labor, de sus casas del color del
barro, de sus gentes ataviadas con esas vestimentas tan poco habituales para
nuestros ojos pero tan llenas de plasticidad y belleza, de sus ríos, saltos de
agua y lagos que nos descubrieron un Marruecos lleno de agua y vida, de sus
animales, suaves y dóciles a los que pudimos tener, acariciar y fotografiar a
lo largo del camino: burros, gatos, camellos, zorros del desierto, cabras y
mosquitos que, por suerte, solo picaron a nuestro querido amigo y compañero de
ruta el vikingo, al que vimos disfrutar como a un niño en cada kilómetro del
camino, siendo el representante más auténtico del “motero feliz”.
Llegamos a Tanger Med con
tiempo más que suficiente para subir al barco, nos entretuvieron en la aduana,
a unos más que a otros, pero así y todo tuvimos tiempo de sobra para tomarnos
el último bocadillo, beber los últimos refrescos y hacer fotos y fotos para no
olvidarnos nunca, luego subimos al barco, charlamos y empezamos a despedirnos
entre abrazos y lágrimas que brotaban de lo más hondo del corazón. Al llegar a
Algeciras cada uno se fue desviando cogiendo el camino de vuelta hacia la
normalidad de sus vidas cotidianas, sonaron las bocinas en un último saludo
mientras las manos decían adiós y los ojos se volvían brillantes. Había
terminado uno de los más bellos viajes que he realizado en Harley, y eso que he
hecho muchos (Cabo Norte, Ruta 66, Irlanda, Italia, Centro Europa, España…
puedo decir que, con diferencia, este ha sido el mejor)
A todos los compañeros y
compañeras de ruta, a los organizadores, al Road capitán, al jefe de ruta, a
las bellas tierras marroquís y a la amabilidad de sus gentes, a todos ellos
gracias por hacer de este viaje un auténtico sueño y una bella aventura que
nunca olvidaré. Con todo mi amor lleguen a vosotros estas líneas para que
siempre tengáis al lado el recuerdo de esos días mágicos que nos unieron en la
amistad para siempre. Gracias a todos. Os llevo por siempre en el corazón y, si
se tercia, podemos pensar en volver a viajar juntos en cuanto queráis. Un
abrazo. Amaya. Los viajes The Yosua
Team.
PD: A nosotros nos quedaban dos dias mas de viaje,hasta llegar a Mallorca, pero esa es otra historia.
Amaya Puente de Muñozguren (Escritora y Fotografia) y ademas piloto
Matias Florit Serrano (Fotografia) ´´pakete king´´
Amaya Puente de Muñozguren (Escritora y Fotografia) y ademas piloto
Matias Florit Serrano (Fotografia) ´´pakete king´´
9º Dia de viaje
Nos levantamos temprano y
con el corazón encogido, cuatro de nuestros compañeros abandonaban el grupo
para llegar antes a España ya que sus obligaciones laborales y familiares les
reclamaban. Nos apenaba profundamente su marcha; desayunamos con ellos y fuimos
hasta la puerta del hotel para despedirles y desearles buen viaje, hicimos
fotos del momento de la partida y se nos humedecieron los ojos al verlos
alejarse.
El autobús vendría a
recogernos para hacer una gira turística por la ciudad de Marrakech y
alrededores, ya habíamos decidido buscar unos llaveros de plata bonitos y
grabarles “Marruecos 2013” para que
tanto el jefe de ruta como el director del viaje tuvieran un recuerdo nuestro;
más de la mitad del grupo quisieron colaborar, con los demás no tuvimos ocasión
de hablar ya que hicieron el recorrido por Marrakech por su cuenta. El autobús
nos llevó al palacio Badi, que a pesar de estar casi en ruinas conserva una
gran belleza, dicen que tenía más de trescientas habitaciones decoradas con
oro, turquesas, cristal y mármol, este
último dicen que fue llevado a la ciudad de Fez. También vimos jardines espectaculares como el de Menara y el
Majorelle, que compraron Yves Saint Laurent Pierre Bergé en 1980, vimos el gran
estanque que riega los olivos y el enorme palmeral, luego comimos típicos
pinchitos morunos en un restaurante típico al que va la gente de la zona.
Estuvimos en la Plaza de Yamaa el Fna viendo los puestos de venta, los
aguadores, los coches de caballos, las tiendas del Zoco y los mil y un detalles
que a veces pasan por alto, hicimos fotos y más fotos, nos pintamos las manos
con henna y empezamos a entristecernos porque este fantástico viaje llegaba a
su fin. Al finalizar la cena les dimos los llaveros de plata con la mano de
Fátima al jefe de ruta y al director del viaje que los recibieron emocionados y
agradecidos. Fue un bonito detalle que seguramente recordaran cada vez que vean
el llavero.
https://plus.google.com/photos/113198488316130913229/albums/5937229497745921457
8º Dia de viaje
Por la mañana hicimos una reunión en el hotel para hablar de la
ruta del día. Nadie comentó nada de lo sucedido tras la caída de la moto pero
en el último momento nuestro compañero tomó la palabra y nos pidió disculpas a
todos. Las aceptamos encantados y aplaudimos
sus palabras, pusimos los motores en marcha y salimos de Ouazarzate hacia
Marrakech, primero fuimos a los estudios de cine Cla en donde paramos para
hacer unas fotos y ver los vehículos que utilizaban en las películas y los
decorados en los que aún se rueda. Salimos en dirección a la Kasbah de
Ait-Benadou, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el calor era
sofocante y más de uno tuvo que tomar doble ración de agua para no
deshidratarse, cruzamos el ancho rio seco para llegar a la entrada de la
Kasbah, era un laberinto de callejuelas en el que se alternaban tiendas de
tejidos, dibujos y recuerdos. Todo el recorrido era cuesta arriba, entrabas por
una casa y salías al terrado de otra que daba a la calle. Un laberinto en el
que parecía muy fácil perderse. El guía nos explicó que en ese lugar se habían
rodado docenas de películas, muchas de ellas muy famosas, como “Lawrence de
Arabia” “The Message”, “Jesús de Nazareth”, “Marco Polo”,”La Joya del Nilo”,
“Babel”, “El Principe de Persia”,”El cielo Protector”, “La Momia”, o
“Gladiator”…entre otras. En la plaza del pueblo tuvimos nuestra primera
aventura con las serpientes ya que un encantador nos la puso por encima de la
cabeza para hacernos fotos, el contacto de la piel del animal con la piel de mi
cuello no me resultó desagradable, es más, me gustó acariciar su cabeza verdosa de ojos grandes.
Nos adentramos en las
montañas del Alto Atlas por el paso de
Tizi-n Tichka, una carretera con poco tráfico y muchas curvas en donde más de
un camión invadió nuestro carril sin importarle lo más mínimo si nos sacaban o
no de la carretera. Se repetía un paisaje que empezaba a parecernos familiar:
montañas peladas de vegetación, un cielo inmenso y casas del mismo color que el
de la tierra que nos rodeaba. Todos los tonos ocres y rojizos se exponían ante
nuestros ojos asombrados por esa discreta belleza, de vez en cuando, en el
fondo, entre dos montañas, un cinturón de vegetación verde era un regalo para
la vista, asombrándonos una y otra vez.
La carretera serpenteando
montaña abajo se veía en tres o cuatro niveles distintos, era una gozada
conducir por aquel paraje desértico y bello. Antes de darnos cuenta estábamos
entrando en la ciudad de Marrakech.
Desde ayer hay un grupo de tres o cuatro personas que quieren volver
antes a España por varios motivos, laborales, familiares y otro porque no se
sentía capaz de hacer seiscientos kilómetros del tirón; ya lo habían decidido;
al día siguiente cuatro del grupo en sus respectivas motos se irían hacia
Tanger Med para coger el ferry hacia España. Llegamos al hotel de Marrakech y
tras ducharnos y descansar un rato salimos en un autobús hacia la Plaza de
Jamaa el-Fna para ver el ambiente, tomar un té y disfrutar de todos los puestos
del zoco. Se nos había ocurrido la idea de comprarles un regalito al director
del viaje y al jefe de ruta, habíamos
decidido buscar unos llaveros de plata y grabarlos con la fecha del
viaje y la palabra Marruecos. En el trayecto hacia el centro de la ciudad
aprovechamos para cantarles a todos los Pacos del grupo un animado “feliz,
feliz en tu día”…que los dejó sorprendidos y felices.
7º Dia de viaje
Salimos hacia Ouarzazate
casi a media mañana, la ruta no iba a ser muy larga y nos lo tomamos con calma,
continuamos por el Valle de las Rosas, nos desviamos hacia la garganta del
Dades por una carretera llena de curvas, en una de ellas, atravesada de lado a
lado por un gran bache, se tumbó una de las motos que llevábamos delante, fue
una sensación extraña y desagradable ver caer a los compañeros, sobre todo a
ella, que salió literalmente volando ante nuestros ojos hasta aterrizar en el
suelo sin más daño que el dolor del golpe y el susto que ambos se llevaron en
el cuerpo. Nos detuvimos para relajar tensiones y hacer un par de fotos de
grupo a contraluz junto a la garganta profunda por la que corría el río. Una
vez superado el susto y viendo que no había habido daños materiales reanudamos
la marcha despacito para poder ver bien los baches que de vez en cuando
decoraban la carretera. Unas curvas más
arriba paramos en un bar desde el que se divisaba todo el curso del río, las
inmensas paredes de su garganta y la carretera serpenteante por la que habíamos
venido. Los compañeros que habían caído
decidieron esperarnos allí ya que el camino había que desandarlo y ellos no
tenían ganas de más curvas. Seguíamos subiendo y subiendo la montaña por una
carretera estrecha que parecía querer
llegar al cielo, a un lado el precipicio y al otro la montaña a la que
no acabábamos de coronar, abajo quedaba el rio escondido entre las sombras que
provocaban las mismas montañas por entre las que discurría. Llegamos a una
explanada que hacía de mirador y disfrutamos de un paisaje único e inesperado, allí, en las
cimas de la cordillera del Atlas teníamos ante nuestros ojos un valle que
discurría entre las laderas de las montañas desérticas, no más ancho que un
campo de futbol, o quizás dos al verlo desde tal altura era difícil calcular,
alrededor todo puro desierto, montañas desérticas y un inmenso cielo azul,
luminoso y limpio hacían aún más irreal la belleza de esa franja de vegetación
que discurría, como un gran río verde al abrigo de las montañas sin vegetación,
la mancha verde iba haciendo meandros como si de un río se tratara dibujando
retazos de color verde en cada recodo de las montañas. La carretera se volvió
mágica, pintada de verde en el fondo y
todo tipo de ocres a los lados. En el momento de parar nos dimos cuenta de que
habíamos perdido un bulón de sujeción de uno de los apoyapiés del copiloto lo
que dificultaba mucho su labor de hacer fotos ya que ni se podía apoyar con
fuerza ni mantenerse de pie ni un
segundo, todos trataron de ayudarnos pero no quedaba más opción que buscar un
taller en el que nos pusieran una tuerca de presión o un perno con tuerca y
arandela que sujetara bien el reposapiés. Hicimos fotos de grupo y disfrutamos
de la bella vista antes de volver a desandar la carretera.
En algún lugar del camino
yo había visto el taller de un herrero, se lo dije al jefe de ruta con la idea
de quedarnos a reparar la moto y luego alcanzar al grupo en el bar en el que
nos esperaban los compañeros. Nadie quiso seguir la ruta sin nosotros, me
emocionó ver a tantas personas esperando pacientemente a que me arreglaran el
reposapiés, les dimos las gracias a todos después de tener la moto arreglada y
partimos en grupo montaña abajo para reunirnos con los compañeros que nos
esperaban, pasamos junto a ellos media hora después y ya todos juntos seguimos
la ruta hacia la Kasbah de Ait-Benadou. Los depósitos de gasolina ya iban secos
y paramos en la primera gasolinera que encontramos en el camino, repostamos
todos y en el momento en el que la última moto repostaba apareció la moto del
compañero que se había caído en la curva seguido de la furgoneta, paró en el
arcén y se dirigió enfurecido hacia el jefe de ruta, nuestro Road, diciéndole
todo tipo de insultos que hizo extensivos a todos los que íbamos con él, estaba
enfurecido por las dos horas que habían estado esperando y rabioso porque no
habían comido y nosotros sí, en ese momento le explicamos que nadie había
comido porque habíamos tenido una avería que nos retrasó. Se quedó sin palabras
y confundido, entendíamos su nerviosismo pero creíamos que se había pasado
ligeramente con sus improperios.
Algo molestos por la
situación vivida llegamos al hotel de Ouarzazate, aprovechamos para
refrescarnos en la piscina, estando allí se acercó a mí el compañero al que se
le había caído la moto, en el bache que más parecía un socavón; estuvimos
conversando de la responsabilidad que supone llevar la vida de otra persona en
tus manos, del disgusto de no haber
podido evitar una caída y de la preocupación por casi provocar un accidente en
cadena. Él estaba molesto por su forma
de actuar aunque consideraba que tenía parte de razón, reconoció que se había
preocupado muchísimo al ver a su mujer en el suelo y que no pudo contener los
nervios cuando nos vio de vuelta pasar sin parar a esperarlos. Los moteros no
paramos pero la furgoneta sí. Yo entendí su enfado y su preocupación, al igual
que debían entenderlo todos, y él entendió que estuviéramos molestos por sus
palabras.
Antes de cenar fuimos un
grupo, dando un paseo, a visitar la
Kasbah de Taouirt, llegamos a
tiempo para que un guía nos enseñara el palacio y las distintas dependencias,
luego paseamos por la ciudad, vimos tiendas e hicimos fotos y más fotos. Tras
un atardecer precioso en tonos rojos y anaranjados que se reflejaban en los
edificios color tierra volvimos al hotel para cenar. Había música en directo en
la terraza y aprovechamos para echar unos bailes y tomarnos algo fresco.
6º Dia de viaje
El amanecer fue un regalo
de tonos anaranjados y neblinas, las dunas resplandecían a lo lejos marcando
sus sombras y luces con mucha intensidad, daba pena pensar en alejarse de
aquella belleza. Salimos de Merzouga hacia las gargantas del Todra, pasando por
el valle de las Rosas. Fue un enorme placer quitarle la funda a la moto y
reencontrarme con ella, decidí que era el momento de hacer hueco en el equipaje
y dejar la vieja funda, en algún rincón roída por los ratones del jardín, en
aquél hotel, quizás le iría bien a otra moto para protegerla de las tormentas
de arena que tan solo vimos de lejos. Dicho y hecho, dejé la funda de la moto
para que otros la disfrutaran como si fuera una forma de quedarme allí.
En la salida nos espera
el fotógrafo para inmortalizar un día más de ruta, hace calor pero el aire es
seco, por eso la sensación no es agobiante, circulamos en manga corta
despidiéndonos de la belleza de las dunas, los camellos y las palmeras y
árboles aislados, volvemos a descubrir la belleza del inmenso cielo que cubre
el desierto en el que a veces flota una nube solitaria. Seguimos descubriendo
la belleza de la tierra, las casas que se mimetizan con el paisaje, las
personas que van en burro o en bicicleta ataviados con sus ropas que para
nosotros son raras, seguramente para ellos los raros somos nosotros.
Los niños nos sonríen y
saludan como en todos los pueblos por los que hemos pasado, menos los dos o
tres que nos tiran chinitas que rebotan delante de nuestras motos sin darnos.
En el camino encontramos puertas protegidas por torres que parecen de barro,
adornadas por banderas que dan acceso a lugares misteriosos en los que no
entramos, edificios a medio terminar, niños sentados en el bordillo de una
acera diciéndonos adiós mientras se reparten una bolsa de patatas fritas y
jóvenes con pantalón y pañuelo que van en bicicleta, también nos cruzamos con
una figura recubierta de velos marrones de pies a cabeza que cruza la carretera
ante nosotros llevando en una mano un cartón con huevos y en la otra una bolsa
de tela repleta de verduras, solo se le ven los dedos de una mano, lo demás es
un revoltijo de telas que insinúan bajo ellas un cuerpo de mujer. Los mástiles
con las banderas rojas vuelven a ondear en las aceras y en las rotondas que
vamos pasando, una gran puerta, del más puro estilo marroquí, adornada con
banderas rojas y tejadillos de tejas verdes da acceso al centro de la ciudad.
Mujeres ataviadas con velos y ropajes negros o marrones, a las que solo se les
ven las manos o los pies envueltos en sandalias, se cruzan ante nuestra vista
llamando nuestra atención al igual que los grupos de chicas en bicicleta
ataviadas con pantalones y cubiertas las cabezas con pañuelos negros, lilas,
azules o marrones que nos saludan y sonríen a nuestro paso. En nuestro interior
comparamos su forma de vivir y la nuestra y, aparte de la vestimenta, no parece
haber muchas diferencias ya que salen del colegio al igual que lo hacen los
niños en nuestros países. De todas formas nos hace pensar mientras atravesamos
el pueblo en formación observando los vehículos, burros y carromatos con los
que nos cruzamos como si fueran escenas de películas antiguas.
En un paraje desértico
vimos un museo flanqueado por el esqueleto de un dinosaurio y varios animales y
fósiles más a los que no supimos poner nombre mientras pasábamos despacio.
De Merzouga a la garganta
del Todra pasamos por un poblado en el
que había un mercado lleno de vida, mujeres envueltas en velos negros bajo los
que se adivinan vestidos rosas y pantalones de pijama de variados colores. La
población es muy joven y el tráfico rodado escaso, a excepción de burros,
bicicletas y algún que otro ciclomotor cargado con bidones, el casco colgado en
el manillar y el turbante puesto. Una mujer subida en un burro, cubierta de
velos y con una cesta de mimbre llena de verduras bajo la sombra de unas palmeras
me sitúa, de nuevo, en las figuritas del belén que montaban cada año los
abuelos.
Nos dirigimos por el
valle de las rosas jugando y bailando en las motos mientras hacemos fotos y más
fotos, el día es espléndido, luce el sol y no hace mucho calor. Fuimos a la
garganta del Todra pasando por sorprendentes zonas verdes llenas de palmerales
y tierras de cultivo de las que volvían
mujeres cargadas con fardos de hierbas y burros cargados hasta los topes.
La garganta del Todra nos
recibió con sus majestuosas paredes de piedra entre las que discurre un pequeño
río en el que bebe el ganado. La luz del sol no entra por entre las altas
paredes y los colores son tan intensos que hacen daño a la vista. Disfrutamos
de tomar un té en la terraza de un bar que está justo en la orilla del rio, en
el puente nos volvimos a hacer una foto de grupo con la bandera de Harley. El
ambiente es muy agradable y más, después de haber tomado nuestra bocadillo de
embutido junto a la furgoneta. El té nos resulta exquisito y algo caro, veinte
dírhams (dos euros), pero lo peor fue la larga espera que entretuvimos
charlando y haciendo fotos. Todos nos sentimos felices de realizar este viaje,
es una aventura que nos está descubriendo un mundo insospechado y lleno de
bellos matices. El grupo está relajado y tranquilo, nadie discute, nadie
protesta, es una extraña balsa de aceite ya que en todos los viajes suelen
surgir discrepancias y, a veces, hasta grandes discusiones, si esto sigue así
es posible que estemos creando el germen de una amistad duradera con todos
ellos.
Nos dirigimos hacia el
hotel en el que nos recibieron con cantos y bailes típicos de los que sacamos
fotos y videos y, por supuesto, bailamos e intentamos cantar con ellos. Después
de bajar todo el equipaje tuvimos que dedicar el tiempo, que los compañeros
dedicaban a refrescarse en la piscina y beber unas copas de vino, a
descargar las fotos del día, cargar
todas las baterías y lavar y poner a secar la ropa. Cuando bajamos a la piscina
ya estaban nuestros compañeros muy alegres por el par de copas de vino que
habían tomado. La cena fue divertida y disfrutamos de uno de los platos típicos
de la zona que nos encantó, no soy capaz de repetir el nombre pero era como una
empanada de carne muy sabrosa y agradable al paladar. Desde la terraza del
hotel, a nuestros pies, se veía toda la población de casas del color del adobe
que se mimetizaban con el paisaje colindante a la vez que nos asombraba la
cantidad de vegetación que, como un río se veía frente a nosotros, la puesta de
sol fue de una magia total, los colores tenían una fuerza fuera de lo habitual,
tanto es así que durante un buen rato dejamos todos de hablar y nos sumergimos
en la magia de la luz cambiante hasta que llegó la oscuridad total bajo un gran
cielo lleno de estrellas. Después de charlar un rato y hacer las últimas fotos
nos retiramos a las habitaciones para descansar, cosa que no pudimos hacer
hasta no haber visto todas las fotos que habíamos hecho durante el día y que
nos recordaron vivamente por todos los lugares que habíamos pasado. El día
siguiente saldríamos más tarde para disfrutar del hotel y de un merecido
descanso.
5º Dia de viaje
Después de desayunar y
hacer unas cuantas fotos a los camellos que había en los alrededores y a las
zonas más bonitas del hotel nos reunimos con el grupo en la puerta en la que un
enorme hombre negro, todo vestido de blanco, hacia guardia y recibía a los
clientes, sus rasgos eran de gran belleza y todas las mujeres queríamos
hacernos fotos a su lado a pesar de sacarnos varios palmos de altura, él aceptaba
paciente a que una y otra vez se dispararan las cámaras para llevarnos de
recuerdo su esbelta figura vestida con chilaba blanca y turbante del mismo
tono.
Dejamos las motos
descansar bajo el tejado del aparcamiento y nos dividimos en grupos de cinco en cada todoterreno, la aventura de
adentrarnos en las dunas del desierto en todoterrenos comenzaba; en la entrada
del hotel, junto a las figuras de los dos enormes camellos, nos esperaba el
fotógrafo del grupo (mi paquete de la moto) y unos niños que llevaban en brazos
unos animales a los que llamaron zorros del desierto y que yo nunca antes había
visto, eran unos seres adorables, suaves, blancos, livianos y con unas enormes
orejas y un morrito afilado que daban ganas de acariciar, sus ojos, negros y
rasgados, eran muy parecidos a los de los niños que los llevaban atados de un
fino cordel. Casi todos quisimos hacernos fotos con ellos y, por supuesto, hubo
que darles algo de dinero minutos más tarde. La sensación de tener en brazos
esos cuerpecitos flacos y cálidos, suaves y tranquilos ha sido una de las
experiencias que más me han gustado, hasta la fecha, de este viaje; los
animalitos en ningún momento gruñeron ni se mostraron hostiles, es más,
parecían haber nacido para pasar de brazo en brazo, de turista en turista y
de foto en foto. Nos hicimos la foto con
la pancarta de Harley Davidson, algo que ya venía siendo habitual en los
últimos días y que siempre despertaba cantidad de comentarios: “estamos a
contraluz” “va a salir ese poste” “no cabemos todos” “por allí hay unos que no
se van a salir en la foto”…y un largo etc que hacía que tardáramos mucho en
colocarnos, después subimos a los todoterrenos con la sensación de ir en
jaulas, yo, personalmente, echaba de menos el aire en la cara y la libertad de
sujetar los mandos de mi moto y dirigirla camino del desierto, una sensación de
mareo y ahogo hicieron que me encontrara incómoda todo el tiempo a pesar de ir
entretenida haciendo fotos por la ventanilla; era todo un espectáculo ver seis
todoterrenos avanzando por las tierras desérticas, levantando polvo que nos
seguía como un velo transparente y dibujaba estelas en las tierras yermas y en
los espejismos que vimos, a lo lejos se veían las grandes dunas anaranjadas,
subimos y bajamos por carreteras de arena, paramos a hacer fotos y más fotos,
llegamos a un poblado de antiguos mineros negros que ahora se habían convertido
en artistas y que nos deleitaron con cantos y bailes. Nos sorprendió la
exquisita limpieza de los baños públicos y su variedad, tanto podías encontrar
uno con taza como el más habitual por allí: la plataforma de porcelana en la
que solo tenías que poner los pies sobre las huellas e intentar atinar en el
agujero que se volvía negro en el fondo.
Olía a lejía y jabón a pesar de tener que limpiar el sanitario echando agua con
un cubo que había en un rincón junto a un grifo que salía de una manguera,después
de usarlo ya que los calderines con cadena parecía que no habían llegado aún a
esos lugares remotos. Tanto el suelo como el entorno estaban muy limpios.
También nos sorprendieron los bailes y cantos hasta el momento que tuvimos que
salir de la pequeña habitación en la que ya empezaba a hacer demasiado calor
con tanta gente allí dentro. Los cantantes y danzarines iban vestidos con túnicas
blancas y turbantes del mismo color, eran negros de piel y durante generaciones
trabajaron en las minas de plomo venenoso que ya no se explotaban de la misma
manera.
Hicimos fotos de niños a
los que les dábamos caramelos y sumergían sus caritas en los bolsos buscando
algún tesoro. Las cámaras no paraban de disparar. Tanto los niños como los
mayores tenían cuerpos delgados y fibrosos en los que nunca había residido el
sobrepeso, casi todos los pequeños iban
vestidos a la europea cosa que ocurría con muy pocos adultos.
En el poblado, en el
cruce de la calle principal había un hombre joven y fuerte haciendo un agujero
grande, sudaba copiosamente y nos contó que estaba haciendo un pozo negro pero
que trabajaría mejor y más rápido si le dábamos algo de dinero por verle
trabajar. La simplicidad de las casas, la falta de adornos y la delgadez
extrema de sus habitantes, incluidos gatos, cabras y asnos, nos hicieron darnos
cuenta de que para vivir realmente hacía falta muy poco a pesar de que luego
nos sorprendían yendo montados en burro pero hablando por unos móviles de
última generación o teniendo antenas parabólicas en las azoteas de sus casas de
adobe perdidas en mitad del desierto.
Abandonamos el pueblo en dirección a las minas
en las que unos cuantos hombres seguían extrayendo el venenoso mineral de plomo.
En una de las paradas,
rodeados por la inmensidad del desierto, vimos, escrito en el suelo con piedras
la palabra “Sahara” que nos hizo recordar y pensar en toda la historia que se escondía tras
ella. Aprovechamos para huir del calor tomando una bebida fresca de la
furgoneta mientras cada uno miraba hacia el infinito perdido en sus pensamientos,
a nuestro alrededor: nada. Más lejos…nada, solo las arenas multicolores del
desierto, un sol de justicia y la historia de un pueblo abandonado del que
quedaban bastantes ruinas a medio caer y un cementerio francés abandonado con
sus cruces de piedra en el lugar más silencioso del mundo. En el cielo no se
veía ningún pájaro, sobre la tierra, a lo lejos, la silueta de algunos camellos
dormitando a pleno sol levantaban la linealidad del paisaje que iba a morir en
las dunas.
Llegamos a la casa de Alí
el cojo, su coche todoterreno con un logotipo de un camello con una pata de
palo estaba aparcado en mitad del desierto, entre la casa de adobe, pequeña y
de líneas rectas y la jaima de lana de cabra que nos protegió del sol mientras
degustábamos un sabroso té marroquí y hacíamos la consabida foto con la bandera
de Harley Davidson. Mientras el grupo descansaba a la sombra algunos hacíamos
fotos del redil que compartían gallinas, cabras y ovejas y jugábamos con la
mascota de la casa, una cabrita joven que empujaba nuestras manos con sus
cuernos incipientes. Los niños volvieron a acercarse y volvimos a rebuscar en
los bolsos hasta que apareció algo para darles. De vez en cuando surgía en
mitad del desierto un árbol, o como mucho tres, junto a los que dormitaban
algunos camellos, otras veces eran pequeñas palmeras que no daban sombra ni a
las piedras.
Por suerte las distancias
que recorrimos en coche no fueron muy largas y estuvieron salpicadas de
multitud de paradas lo que hizo que la sensación de claustrofobia y mareo no se
quedara a nuestro lado de forma permanente. Llegamos al hotel en el que íbamos
a comer y recorrimos sus instalaciones, un lugar perdido en mitad del desierto
pero con todas las comodidades aunque sin grandes lujos pero preparado para
atender turistas que necesitaban remojarse en la piscina, nosotros nos
conformamos con dar un paseo por el interior y hacer fotos mientras nos iban
preparando una gran mesa en la que comimos cous-cous, pollo con patatas y
¡huevos fritos!, fue sorprendente como un alimento tan humilde y cotidiano en
nuestro país allí nos pareció todo un manjar del que disfrutamos de lo lindo.
El grupo había conseguido hacerse compacto con la salvedad de todos los grupos
en los que siempre hay unos cuantos que prefieren hacer el viaje por libre.
Todos los demás comimos y charlamos amigablemente con la llama del cariño
creciéndonos dentro, ya nadie era extraño para nadie, es más, ya nos
empezábamos a sentir como una gran familia en la que era habitual ver a unos y
otros dándose abrazos y compartiendo risas y sonrisas. El restaurante parecía
ser propiedad de Alí el cojo ya que las paredes estaban decoradas con fotos y
recuerdos que hablaban de él. Todo un personaje en aquella parte del desierto
por su destreza en conducir por la arena y en enseñar a otros a conducir
dominando los coches por aquellas peligrosas pistas.
Volvimos a nuestro hotel,
que no estaba muy lejos del que habíamos parado para comer, con tiempo
suficiente para refrescarnos en la piscina y hacer fotos divertidas. De un día
a otro habían llegado muchos turistas nuevos, sobretodo un grupo de italianos
ruidosos que se sentaron a nuestro lado por la noche para ver las estrellas
fugaces en la terraza, hasta que no se fueron a dormir no pudimos disfrutar de
la tranquilidad de la vida en el desierto. Era la última noche que íbamos a
pasar allí, al día siguiente nos esperaba un largo camino por lo que nadie de
la expedición se decidió a dormir en las jaimas de las dunas ya que era más que
probable que dormir, lo que se dice dormir, no se podría hacer por culpa de los
ruidosos turistas que habían llegado para pasar allí la noche. Comentamos que
de haber sido la noche anterior lo de dormir en las jaimas de las dunas quizás
sí que nos hubiésemos apuntado muchos para hacerlo. Era hora de recoger la ropa
lavada, hacer el equipaje y llevarlo a la furgoneta, después de haber pasado
dos días inolvidables en el hotel Tombouctu de Merzouga, junto a las dunas del
desierto.
4º Dia de viaje
Salimos de Erfoud con
dirección hacia las dunas del desierto de Merzouga. Paramos en el Zoco en el
que descubrimos como son sus mercados, pobres y con moscas, a rebosar de
artesanos que dominan el arte de la forja, los trabajos en piel, la alfarería y
los tintes en todo tipo de tejidos. Nos acosaron desde el primer momento y se
ofrecieron a ser nuestros guías en el zoco por un módico precio. Mientras el organizador
y director del viaje llegaba a un
acuerdo con ellos nosotros tomábamos nuestro bocadillo de embutido de la
furgoneta y una bebida fría, casi todos cerveza, en cuanto nos vieron se
acercaron ofreciéndonos pulseras, fósiles y cinturones a la mitad de precio si
les dábamos una cerveza o una coca cola. Muchos caímos en el trueque hasta que
la cosa se desmadró y hubo que poner orden. En ese momento ya teníamos un guía
que nos iba a enseñar el mercado y todas sus partes, nos llevó a la zona de las
especias y los jabones y aceites en donde el famoso aceite de Argán causo furor
entre los compradores al igual que las especias para condimentar los famosos
pinchitos morunos. En un país así no nos sorprendió que el guía no quisiera
parar en uno de los puestos del mercado y que no dejara que ninguno de nosotros
nos paráramos ya que no le daban comisión por las ventas; Tras unos minutos de
incertidumbre algunos decidieron volver y comprarse los chalecos que les habían
gustado tanto a pesar de que nuestro guía no se llevara ninguna comisión, eso
pareció no gustarle mucho aunque los que compraron volvieron encantados con sus
adquisiciones. No les gusta que les hagas fotos ni aunque se lo pidas por
favor, entonces no quedaba más remedio que intentar robar algunas a sabiendas
que de esas fotos solo saldrían bien un uno por cien de las instantáneas. A mí,
particularmente, me llamó mucho la atención la cantidad de barberías que había
en las que los hombres se arreglaban la barba y el pelo, cuando no tenían
clientes los barberos descansaban tumbados en los bancos o en las alfombras.
Ninguno nos dejó hacer fotos. En el mercado se repitió la tónica de siempre:
regateo y regateo. Lo que empezaba costando 600 dirhams lo terminabas comprando
por veinte, toda una lucha en la que sabías que te iban a engañar sí o sí. O
esa es la sensación que te queda en el
cuerpo y más aún cuando compras algo y ves que el compañero lo ha
comprado igual pero por la mitad. Volvimos a las motos que seguían vigiladas por
varios hombres que insistieron en pedirnos bebidas y dinero hasta que nos fuimos.
Salimos hacia el hotel,
situado muy cerca de las dunas del desierto de Merzouga, el hotel era una
construcción que parecía de adobe y se mimetizaba perfectamente con el entorno,
en la entrada dos estatuas de camellos, una a cada lado de la carretera, nos
daban la bienvenida. El hotel era amplio y agradable con habitaciones de buenas
dimensiones muy bien decoradas. Nos dimos un remojón en la piscina, pusimos un rato a cargar las
baterías de las cámaras y nos vestimos para cambiar nuestras monturas por los camellos
que nos esperaban en las dunas. Fuimos hasta allí en coches todo terreno, en
pocos minutos estábamos a pie de duna mirando de cerca los camellos e
intentando subir a ellos sin caernos de cabeza. Muchos de nosotros nos habíamos
ataviado con la vestimenta y los pañuelos típicos de los touareg, reíamos al
vernos a la vez que nos parecía precioso. En ese momento parecía que habían
cobrado vida las figuritas del belén de los abuelos. Turbantes, caftanes y
chilabas ondeando al aire sobre los camellos, cada animal llevaba en una oreja,
como un pendiente, una numeración, cada uno recordó el número del suyo para
volver a montarse en él cuando bajáramos de la cima de las dunas. El paso del
camello era lento, sus patas se asentaban en la arena con delicadeza
imprimiendo a sus movimientos un balanceo adormecedor, el sol caía en el
horizonte dibujando nuestras sombras en la arena anaranjada. Todas las cámaras
estaban en funcionamiento, los comentarios y las risas se fueron apagando para
dar paso a la contemplación del paisaje y al rumor de las pisadas de los
camellos en la arena, quedaban pocos minutos para la puesta de sol cuando los
camellos pararon en mitad de las dunas a poco camino de la cima que tuvimos que
subir casi corriendo para disfrutar de ver una puesta de sol única. Algunos
tiramos los zapatos en la arena y subimos la duna sintiendo la suavidad y la
temperatura de la arena. La arena era suave y cálida y su tacto en nuestros
pies parecía una caricia. Llegamos a lo alto de la duna para quedar
sobrecogidos por la belleza del paisaje que nos rodeaba, alguien señaló que
allí cerca estaba la frontera con Argelia, miramos durante unos segundos como
queriendo ver una línea que nos dijera que aquella era la frontera para volver
a sumergirnos en la belleza de una puesta de sol vista desde las dunas del
desierto. Todos quedamos en silencio tras hacer fotos y comentarios de la
experiencia vivida hasta ese momento, después habló el sol en su ocaso
dejándonos sin palabras.
Cuando por fin pudimos
reaccionar nos dimos cuenta de una imagen surrealista que estaba
desarrollándose frente a nosotros en las dunas más pequeñas, unos chiquillos
corrían con bicicletas por ellas, subiendo y bajando frente a los últimos rayos
de sol que aumentaban las bicis y a los niños en las sombras que dibujaban en
la arena.
Bajamos de la gran duna y
nos encontramos que cada camellero había sacado de su mochila un montón de
objetos y los había expuesto sobre una tela para vendérnoslos mientras nos
hablaba de lo difícil que era la vida en aquellos lugares y lo necesitados que
estaban de vender aquellas figuritas para poder sobrevivir con sus familias
durante el duro invierno. No nos quedó más remedio que comprarles algo ya que
consiguieron llegarnos al corazón. La oscuridad empezaba a hacer difícil
distinguir unos camellos de otros, subimos en ellos casi a oscuras y volvimos
hacia donde estaban los coches todoterreno esperándonos, cada grupo de camellos
tomó una dirección haciendo que en un momento nos encontráramos solos cuatro
camellos y un camellero bajo un cielo negro repleto de estrellas; Nos quedamos
en silencio disfrutando del momento, parecía como si nos hubiésemos perdido
subiendo y bajando lentamente dunas hasta que al final oímos las voces
divertidas de nuestros compañeros que esperaban junto a los coches. Casi todos
coincidimos en que hubiésemos seguido a lomos de aquellos animales toda la
noche cruzando las dunas del desierto. Volvimos al hotel con ganas de cenar, la
excursión nos había abierto el apetito. Llevábamos las bellas imágenes de las
dunas del desierto grabadas en el corazón, estábamos seguros de que no lo olvidaríamos
nunca.
El grupo se reunió tras
la cena en la terraza del hotel frente a las lejanas dunas y los camellos que
veíamos más cercanos, la noche era tan negra que las estrellas lucían con todo
su esplendor regalándonos el espectáculo de estrellas fugaces que nos obligaban
a soñar y pedir deseos, de fondo la música de la furgoneta que habían llevado
hasta las cercanías y las bebidas que en ella llevábamos y que nos relajaron en
conversaciones distendidas y anécdotas graciosas que íbamos contando uno tras
otro hasta caer en el silencio absortos en el baile de las estrellas que caían
en el desierto. La temperatura era tan buena que podíamos seguir en manga corta
sin notar ese frío que nos habían dicho que hacía por la noche. Quizás fue
nuestra noche de suerte. Los que quedaban se fueron poco a poco despidiendo
hasta que quedó tan solo la noche estrellada, negra y brillante rodeada de
desierto y unos cuantos moteros silenciosos disfrutando de un espectáculo único
e inolvidable.
3º Dia de viaje
La mañana nos sorprendió con un paisaje casi desértico y unas motos que, a pesar de que les habían dado un remojón, tenían signos muy visibles de haber pasado por un infierno de barro y polvo. Daba pena verlas. Con un trapo y un poco de esfuerzo volvieron a brillar los cromados poco antes de adentrarnos en las montañas del alto Atlas.
En la reunión anterior a la salida de ruta la pregunta del día fue: ”¿Están asfaltadas todas las carreteras?”. La organización, después de darnos amplias explicaciones y pedirnos de nuevo disculpas por el mal estado de aquél trozo de carretera, nos prometieron que no iba a haber ningún camino más en mal estado, aparte de los aparcamientos de los miradores que ya sabíamos que eran de tierra. Sobre un gran plano que había en la pared del hotel nos explicaron la ruta a seguir, íbamos a ir hacia el sur, cruzaríamos el Medio Atlas y llegaríamos a la garganta del Ziz atravesando paisajes pre-desérticos. Tras algunas preguntas y respuestas breves salimos felices de poder rodar tranquilamente. Algunos notábamos doloridas las articulaciones y los brazos por el esfuerzo realizado el día anterior. Por suerte ya se había convertido en una anécdota de la que empezábamos a reírnos.
El grupo se había compactado, el mal rato pasado el día anterior había conseguido unirnos en lo bueno y en lo malo. Conducíamos relajados y felices, haciendo fotos, bailando sobre las motos y disfrutando de un paisaje espectacular, el desierto se adivinaba a los lados del camino y en las montañas peladas que nos rodeaban. Salimos de Midelt hacia Erfoud. Cruzamos pueblos pequeños de líneas rectas, vimos ganado lanar perdido en un paisaje tan yermo que parecía imposible que allí encontraran algo para comer. De repente aparecía junto a la carretera un puesto de fruta custodiado por personas ataviadas con la ropa típica.
Entre las montañas peladas de vegetación nos sorprendían grandes zonas verdes llenas de palmeras y pequeñas parcelas de diversos cultivos, entre los que pasaban cursos de agua transparentes. La carretera, recta y larga nos daba la opción de hacer fotos divertidas bailando en las motos, sin manos y haciendo gestos de saludo. La sonrisa se dibujaba en casi todos los rostros, el camino era agradable y la temperatura ideal para ir en manga corta. Había tan poco tráfico que parecía que ese mundo era solo nuestro y de nuestras motos, la música resonaba en mitad del desierto mientras los brazos se alzaban y movían al ritmo de la música. De vez en cuando nos sorprendían pequeñas casas de adobe con su mezquita pintada de rosa.
Paramos en un puesto de venta Bereber que había en mitad de la nada a un lado de la carretera en donde vendían objetos de barro para cocinar, lámparas, piedras con fósiles y objetos de barro que no sabíamos bien para qué servían. Por desgracia en las motos no nos cabían muchos regalos, como mucho un fósil y un par de cosas de poco tamaño para meter en algún hueco del equipaje o un par de pulseras.
En la carretera, justo en el punto en el que terminaba una provincia y comenzaba otra encontrábamos unas torres a los lados de la carretera como puerta de bienvenida. El paisaje desértico nos regalaba de vez en cuando un puñado de palmeras que daban un toque de color, a veces a su sombra había personas sentadas esperando. Ya no nos sorprendía ver a un par de mujeres ataviadas con caftanes largos y velos de color caminando por la carretera, viejos en bicicleta y niños que nos saludaban al pasar, aunque algunos nos tiraron piedras en una ocasión, los demás siempre eran amables y se acercaban para chocar las manos con nosotros al pasar o saludarnos mientras nos regalaban sus sonrisas.
Llegamos al mirador del valle del Ziz, increíble, no se puede decir otra palabra, ante nuestros ojos una lengua verde de vegetación abigarrada se nos presentaba como un mar verde. Las casitas de adobe se confundían con el mismo color del terreno que nos rodeaba. Un río verde de vegetación fluía hacia ambos lados, el río no se veía pero se adivinaba entre la frondosidad del palmeral .Desde el mirador admiramos el paisaje asombrados de lo que estábamos viendo y con ganas de poder tener tiempo para sumergirnos en aquel verdor y descubrir todos sus secretos pero en este viaje no había tiempo para tanto, nos conformamos con comprar pañuelos de tuareg y aprender a ponérnoslos mientras nos hacíamos fotos, divertidos de vernos trasformados en habitantes del desierto. Disparamos mil veces las cámaras y seguimos nuestro camino viendo de lejos aquella vegetación que aparecía y desaparecía entre los meandros en el fondo del valle protegido por montañas totalmente erosionadas, en duro contraste con el estrecho valle rebosante de vegetación. Volvimos a la carretera con los ojos llenos de aquél paisaje mágico. Un geiser de aguas ferruginosas nos llamó tanto la atención que nos desviamos por un camino de tierra hasta llegar a él, mereció la pena, fue un momento divertido en el que casi todos refrescamos nuestros cuerpos sudorosos con el agua fresca que surgía del centro de la tierra en un chorro de gran altura que nos salpicaba arrancándonos risas y sonrisas mientras las cámaras seguían llevándose esos recuerdos divertidos.
Llegamos al hotel que parecía un castillo de arena mimetizado en mitad del desierto con el mismo color de la tierra que nos rodeaba. Había sido un buen día de ruta, el hotel era precioso y todos estábamos de buen humor. Nos refrescamos en la piscina, el agua helada tonificó nuestros cuerpos y relajó las pocas tensiones que quedaban. De nuevo ropa para lavar, baterías de cámaras para cargar y cansancio feliz mientras descargábamos las fotos del día en el notebook. Tras la cena, en la que pudimos elegir en el buffet todo tipo de comidas típicas, carne de camello, cous-cous, cordero y todo tipo de verduras a las que le siguieron gran cantidad de dulces tan apetecibles que era imposible pensar en seguir controlando la dieta.
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2º Dia de Viaje
Era de preveer que la salida del garaje no iba a ser fácil, a más de uno le costó más de un intento, que se superó, como se soluciona todo en una moto: dando gas. Alguna moto perezosa quiso tumbarse a dormir sin más consecuencias que tenerlas que espabilar y enseñarles quienes eran los que mandaban. Paramos a poner gasolina antes de emprender la ruta. De nuevo en marcha descubriendo paisajes, colores y olores nuevos. Junto a la carretera encontramos rebaños de ovejas, algunas vacas, burros de un tamaño menor al que estamos acostumbrados y personas con sus vestimentas típicas circulando en motocicleta, burro, bicicleta o coche. Nos miraban pasar entre asombrados y curiosos haciendo un gesto de saludo con la mano en cuanto veían el nuestro. De cualquier casita de barro salían niños corriendo para vernos pasar y saludarnos, algunos querían chocar nuestras manos, otros tan solo nos decían adiós con las suyas regalándonos una gran sonrisa. Los carteles de la carretera hubiesen sido totalmente incomprensibles para todos nosotros si no fuera porque estaban escritos también en francés. Fuimos atravesando pueblos con casas a medio hacer, tiendas de artesanía junto a la carretera, en mitad de la nada. Hombres que surgían con botes llenos de algo para vender. De sorpresa en sorpresa llegamos a tener frío, justo en el momento en el que ya no podíamos más de frío entramos en una zona en la que el alto nivel de las residencias nos sugería que estábamos en un lugar muy especial, habíamos llegado a las pistas de ski de Ifrane, nos hicimos una foto de grupo junto al león de la plaza después de ponernos encima toda la ropa de abrigo que fuimos capaces de encontrar. Salimos por una carretera entre bosques de una belleza espectacular, era imposible creer que estuviésemos en lo que nosotros nos imaginábamos que era Marruecos, nos empezaba a resultar un bello país lleno de sorpresas variopintas y agradables. El paisaje iba cambiando por momentos, se espaciaban los bosques y crecían los terrenos yermos de tierras secas para volver a subir hacia montañas llenas de bellos bosques. Al salir de la carretera principal empezamos a ver baches y descarnaduras en el asfalto que nos hacían fijarnos más en el camino y menos en el paisaje. Al coger un desvío hacia la izquierda la cosa empeoró hasta convertirse el asfalto en tierra y piedras, poco después nos adentramos en un bello bosque de cedros, enseguida llegamos a una explanada en la que había varias tiendecitas construidas con maderos mal puestos en las que se ofrecían fósiles y recuerdos de la zona, casi todos trabajados de forma artesanal. Frente a las tiendas un majestuoso cedro milenario, seco pero impresionante en su altivez y fortaleza, debió ser un bellísimo ejemplar al que ahora rodeaba un bosque inmenso de sus descendientes, junto al árbol muerto se arremolinaban caballos adornados con mantas de colores para pasear por el bosque, monos que jugaban y saltaban entre los árboles y burros adornados para que los turistas se hicieran fotos con ellos. Empezábamos a sentirnos realmente turistas en tierra extraña, en la que la magia surgía detrás de cada curva. Después de las fotos de rigor y el curiosear por los alrededores volvimos a poner nuestras motos en marcha y poco a poco desandamos el camino de tierra hasta llegar a la carretera general. En el lugar menos insospechado aparecía un puesto de venta de piezas de barro o fruta custodiado por personas ataviadas con chilaba y babuchas o caftán y sandalias, todos ellos con la cabeza cubierta por pañuelos o turbantes que hacían que se nos fuera la vista tras ellos. La sensación de estar en un país en construcción se acrecentaba al ver la cantidad de rotondas en obras y las grúas que salpicaban el paisaje de las ciudades, aunque sus herramientas de trabajo fueran burros que arrastraban carromatos con depósitos de agua para hacer la mezcla del material. Recorrimos una carretera que no estaba en muy buen estado por en medio de una gran planicie, nos quitamos los cascos y disfrutamos de conducir sintiendo el aire fresco en el rostro, fueron unos kilómetros llenos de encanto circulando entre la zona desértica de la alta montaña y los bosques majestuosos de las laderas. A lo lejos divisamos varias veces un lago de aguas profundas y azules. Llegamos a la cascada de Oum er Rbia, dejamos las motos en la zona que servía de aparcamiento guardadas y vigiladas por todas las personas que había en los alrededores. Siguiendo el curso del río había un camino de tierra, montaña arriba, que nos llevaba hasta la cascada, a los lados se extendían uno tras otro, locales que no eran más que pequeñas parcelas de suelo de tierra cubierto por alfombras y protegido del sol por un soporte de cañas sustentadas por primitivas estructuras de troncos, allí podías pedir que te hicieran la comida y te sirvieran para descansar y disfrutar de la familia junto al rio, según nos contaron. Al estrecharse el camino desaparecieron las zonas de comidas con sus hornos de barro y sus alfombras de colores para dar paso a un estrecho camino que llegaba hasta los pies de la cascada, si previamente habías pagado unos dírhams al dueño de la pasarela de troncos, si no lo hacías te la quitaba y no podías llegar más allá. Casi todos llegamos e hicimos una foto de grupo junto al agua que se despeñaba sobre nuestras cabezas y bajaba saltando de roca en roca uniéndose uno tras otro a pequeños afluentes que iban alimentando el río principal. La belleza era tan sobrecogedora como el rumor del agua al saltar. Comimos junto a la furgoneta que estaba poco antes de llegar al aparcamiento, los organizadores sacaron una mesa plegable de la abarrotada furgoneta, servilletas, bebidas y un par de cuchillos; nos hicimos los bocadillos allí mismo con el pan típico de la tierra que alguien había ido a comprar. Disfrutamos de charlar mientras escuchábamos el rumor del agua saltando entre las piedras. No dejábamos de asombrarnos de ver la furgoneta abarrotada con los equipajes, la moto de repuesto y las grandes neveras con la bebida enfriándose entre hielo. Todos buscábamos la sombra para comer, se empezaban a hacer grupitos y algunos dejaban bien claro que no les gustaba mucho el lugar, hubiesen preferido un restaurante de cinco tenedores, pero no había. Después de comer parecía que el buen humor se había vuelto a instalar en el grupo. Mi moto estaba a punto de hacer sus primeras 41000 millas. Lo celebramos saltando y acariciando su depósito como si de un caballo se tratara. Solo nos quedaban sesenta kilómetros para llegar al hotel. Cogimos el desvío que nos indicaron y fuimos sumergiéndonos entre paisajes de bosques y lomas desérticas que se iban alternando de forma irregular. El asfalto empezaba a escasear y los baches aumentaron de forma considerable, tanto es así que durante un buen tramo no recuerdo del paisaje más que el color rojizo de la tierra del camino que cada vez parecía volverse más difícil y tortuoso. Tras los baches y los terraplenes aparecieron los cursos de agua que atravesaban la carretera agujereando sus orillas. No había vuelta atrás, la tensión se palpaba en el aire, habíamos rebasado el punto de retorno y ya no quedaba otra opción que seguir hacia adelante, con mucho cuidado, pero hacia adelante. El temor a una caída o un accidente con malas consecuencias era más que real. Los cuerpos tensos, las miradas atentas al camino y los paquetes paralizados sobre sus asientos nos hacían ver el momento tan delicado que estábamos pasando todos. Había que seguir, la tarde pasaba anunciando un atardecer cada vez más cercano y no podíamos arriesgarnos a que la noche nos pillara en aquél camino descarnado por el que las motos saltaban como tablas de surf entre las olas. Las últimas lluvias habían destruido totalmente el camino, aun así nos cruzamos con un par de camiones cargados de troncos que iban dando saltos mientras sus ocupantes nos miraban echándose las manos a la cabeza en un gesto inequívoco e internacional de que nos tomaban por auténticos locos. Paramos unas cuantas veces y decidimos que la única forma de salir de allí era siguiendo en marcha, no nos podía pillar la noche. Algunos dejaron que sus paquetes se acomodaran en la furgoneta de la organización y en el todoterreno, le pregunté al mío si quería ir en la furgoneta y me contestó con la frase justa para darme los ánimos que me faltaban:” He venido contigo y seguiré contigo hasta el final”. Cada uno a su manera superó la prueba, unos iban rezando, otros dando ánimos a sus motos, llamándolas por sus nombres, otros pensando en sus familias y otros soñando con llegar al hotel y darse un baño caliente pero todos, todos, poniendo toda la capacidad física para dominar unas máquinas que no estaban hechas para dar saltos por aquellos caminos. No sé cuántos ángeles de la guarda nos acompañaron por allí, lo que si se es que hicieron muy bien su labor. En el cielo brillaba la última luz del atardecer cuando tocamos asfalto en condiciones, una rabia inmensa, producto de la tensión acumulada, nos hizo salir disparados en mitad de la noche en busca de una gasolinera, era apremiante llenar los depósitos agotados y refrescar la garganta de los cuerpos exhaustos. La furgoneta de la organización nos tuvo que adelantar y frenar un poco los ímpetus de algunos de nosotros que solo pensábamos en acelerar hasta llegar a la puerta del hotel. Estábamos perdidos en mitad de la noche negra, estrellada y sin ninguna indicación a la vista, menos mal que el navegador de la organización nos llevó sin problemas hasta el hotel Taddart, en Midelt. Cuando dejaron de rugir las máquinas rugieron nuestras bocas, los comentarios eran variopintos pero todos coincidíamos en que el camino se había vuelto muy peligroso. Los de la organización estaban pálidos, pedían disculpas y daban explicaciones a quienes se las pidiera, poco a poco se calmaron los ánimos y pudimos hasta reírnos de la proeza que acabábamos de hacer. Por suerte no había pasado nada. En el interior de cada uno reconocimos que había sido una dura aventura que habíamos superado como campeones y nos había unido mucho más. No diré que no hubo quejas, no fue así, pero no se sublevó nadie aunque algunos decidieron que preferían hacer la ruta por autopistas mejor que por pistas. Terminamos riéndonos y dándonos palmaditas en la espalda seguidas de grandes suspiros. Cuando llegamos al hotel era noche cerrada, noche negra llena de estrellas que no teníamos ni ganas de disfrutar. Estábamos agotados.
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1º Dia de viaje
Comenzaba un 27 de
septiembre que prometía ser soleado. En el hotel conocimos a dos compañeros de ruta que
estaban tan emocionados como nosotros, salimos juntos en dirección al punto de
reunión. Los motores de nuestras motos rugían rompiendo el silencio del
amanecer en la avenida desierta. En el punto de reunión ya había varias motos,
un coche todo terreno y una furgoneta en la que iban metiendo maletas y
mochilas para que pudiéramos conducir más cómodos. Fuimos presentándonos unos a
otros, olvidando los nombres y volviéndolos a repetir, intentando relacionar
las motos con sus ocupantes y sus nombres, en los próximos días el ejercicio
más habitual iba a ser acordarnos del nombre de todos, era una gran ayuda que
varios lo llevaran bordado en el chaleco o pintado en el casco. Todos teníamos
ganas de pasarlo bien. El ambiente no podía ser mejor. Casi todos se asombraron
de ver conducir una moto de ese tipo a una mujer.
Salimos de Marbella
camino de Algeciras 13 motos, eran poco más de las ocho de la mañana, íbamos en
formación subiendo por las colinas de la ciudad en dirección a la autopista de
peaje. No podíamos llegar tarde. Desde mi retrovisor veía las motos en
formación de espiga, un zig-zag perfecto que daba a entender los buenos moteros
que eran, nadie diría que era la primera vez que rodábamos juntos. Una sonrisa
de satisfacción se reflejó en mi cara, la aventura prometía ser perfecta.
De peaje a peaje y de
parada en parada nos fuimos conociendo más. Empezábamos a hacer fotos del
camino, cuando llegamos al puerto de Algeciras, tras un rato de laberinto entre
obras, empezamos a charlar amigablemente al igual que lo fuimos haciendo en el
barco mientras sellábamos todos los documentos para entrar en Marruecos. En la
aduana seguimos charlando hasta que tuvimos toda la documentación de los
vehículos sellada y firmada. La aventura empezaba en tierras Marroquís.
Los altos muros que
rodeaban el puerto y las alambradas nos llamaron la atención al igual que las
banderas rojas con la estrella de cinco puntas en verde ondeando en todas las
rotondas y a lo largo de la autopista como esperando a un alto dignatario. De vez en cuando veíamos guardias uniformados
situados estratégicamente en zonas elevadas, todos parecían iguales, como si fuera el mismo,
repetido docenas de veces bajo un sol abrasador.
Los colores de este país
desconocido atraían nuestras miradas, nos asombraba el poco tráfico, parecía un
país nuevo, a medio construir. Cuando paramos en la primera gasolinera
respiramos tranquilos al ver que aceptaban que pagáramos en euros aunque el
cambio nos lo dieran en dírhams. Todos desconfiábamos pero al hacer las cuentas
vimos que el cambio era correcto. Junto
a la gasolinera había un restaurante en el que compramos pan para hacer el
picnic con la comida que llevábamos en la furgoneta, la verdad es que nos
pareció una gran idea, no porque la comida del restaurante tuviese mala pinta,
que no era así, sino por la tranquilidad de saber que podíamos parar en
cualquier parte del camino que nos gustara para comer y estirar las piernas.
Podíamos elegir entre tres tipos de embutidos ibéricos distintos en paquetes
envasados al vacío y calculados para hacer un bocadillo de buen tamaño
acompañado por la bebida que llevábamos en la furgoneta y que aún no estaba
fría del todo. Toda la comida y bebida se había pagado con un fondo común que
nos aseguraba tener siempre algo para comer y beber a mitad de la ruta. El
desayuno y la cena iban incluidos en todos los hoteles.
El restaurante era un
gran local con una cocina tradicional bajo un tejadillo en mitad de un gran
patio, allí pudimos ver como hacían al momento el pan tradicional en el que
íbamos a meter nuestro embutido para comer, también vimos el gran horno y la
mesa llena de tallines de barro en la que se cocían los sabrosos cus-cus.
Charlando amigablemente
descubrimos que ya se habían producido las primeras pérdidas del viaje, uno de
los compañeros había perdido el ticket de la autopista y otro su teléfono
móvil, nos reímos con todas las anécdotas que fuimos contando hasta que
terminamos de comer y volvimos a la carretera en perfecta formación, seguidos
por el todoterreno y la furgoneta que llevaba el equipaje, la moto de reserva y
la comida y bebida para cada mediodía.
Las construcciones de
adobe nos sorprendían en mitad del campo, eran del mismo color de la tierra circundante
y se mimetizaba con ella, las casas, sin pintar parecían extensiones de la
misma tierra si no hubiese sido porque algunas tenían un reborde blanco
alrededor de alguna ventana. Nos sobrecoge el color de los campos y nos llama
la atención las personas vestidas de una forma tan distinta a la nuestra con
las que nos cruzamos por el camino. Túnicas y velos al viento.
En uno de los primeros puentes que cruzaban
sobre la autopista, bastante nuevo, por cierto, vimos cruzar sobre nuestras
cabezas un burro con un hombre encima, fue una pena que no tuviésemos las cámaras
atentas para recoger esa imagen bella y contradictoria a la vez. Avanzamos por
la autopista asombrándonos ante los vehículos cargados, unos con jaulas de
pavos y otros con grandes bolsas de color azul o amarillo que parecían enormes cojines envueltos en
plástico.
A los lados de la
carretera veíamos de forma intermitente ganado lanar, burros, alguna vaca y
todo tipo de bicicletas y pequeños ciclomotores de esos que fueron modernos en
nuestro país en el siglo pasado.
Llegamos a Meknes con las
retinas llenas de paisajes nuevos y personajes exóticos, parecía que nos
empezábamos a meter entre las figuritas de un belén. Anochecía, el pueblo
estaba en fiestas, olía a pinchitos
morunos y a carne a la plancha, los velos de colores y los caftanes
revoloteaban en el aire cálido de la
noche. Dimos la vuelta en la primera rotonda, volvimos a ver la fiesta del
pueblo desde lejos y enfilamos hacia el hotel. La bajada al garaje fue un salto
continuo. Cenamos en el hotel lo poco que quedaba en el buffet y nos dividimos,
hubo gente que fue al pueblo, otros fueron a descansar y los demás nos quedamos
tomando una cerveza en la barra del bar mientras charlábamos y nos íbamos conociendo
un poco más. No importaba quienes éramos y que hacíamos, importaba que todos
éramos moteros con ganas de aventura.
Al llegar a la habitación
aún quedaba el calvario de poner en carga todas las baterías de las cámaras,
lavar la ropa sucia, ducharnos y descansar.
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VIAJE A MARRUECOS
Todo empezó como empiezan
las cosas últimamente, un amigo del Facebook nos mandó un enlace de un viaje
que prometía ser maravilloso, algo con lo que todo aventurero sueña: “Travesía
Marruecos Harley-Davidson” organizado por Siebla Málaga y Geoexplora.
Acabábamos de llegar de
nuestras vacaciones por tierras del Camino de Santiago y no estaba la economía
para muchas fiestas pero nos hicimos la tan temida pregunta: ¿Vamos?
Tras unos momentos de
indecisión mientras leíamos una y otra vez las rutas y los lugares por los que
se iba a pasar, alguien, el más loco de los dos, llamó al banco y, tras un par
de preguntas y anotar unos números en un papel llamó al trabajo y habló con el
encargado. A través de la línea telefónica se oyó una voz rugir: “¿Más días
libres?”… unos momentos de silencio precedieron a la gran explosión. ¡Nos
vamos! La perra y la gata nos miraban asustadas mientras nosotros dábamos
saltos como niños. Aun no habíamos vaciado las mochilas de un viaje cuando ya
estábamos haciendo las del siguiente. Como siempre pusimos más cosas de las que
cabían y tras un par de revisiones conseguimos que todo cupiera en las alforjas
de la moto.
Nuestro viaje empezaba
dos días antes, al iniciarlo con el grupo ya llevaríamos sobre nuestras
espaldas poco más de mil kilómetros pero antes de eso había que mandar un
montón de papeles, pasaportes, documentación de la moto, de los moteros y
permisos para entrar en Marruecos con la moto. Los días pasaban a cámara lenta
hasta que por fin llegó el momento de la partida, y con él los nervios y las
prisas, mil y una veces repetimos si llevábamos todo lo necesario hasta que no
quedó más remedio que aceptar que no había vuelta atrás. Ya el barco nos
alejaba de nuestra isla poniendo cada vez más cerca el comienzo de la aventura
con unas personas totalmente desconocidas.
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