THE YOSUA TEAM

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jueves, 14 de noviembre de 2013

3º Dia de viaje

La mañana nos sorprendió con un paisaje casi desértico y unas motos que, a pesar de que les habían dado un remojón, tenían signos muy visibles de haber pasado por un infierno de barro y polvo. Daba pena verlas. Con un trapo y un poco de esfuerzo volvieron a brillar los cromados poco antes de adentrarnos en las montañas del alto Atlas. En la reunión anterior a la salida de ruta la pregunta del día fue: ”¿Están asfaltadas todas las carreteras?”. La organización, después de darnos amplias explicaciones y pedirnos de nuevo disculpas por el mal estado de aquél trozo de carretera, nos prometieron que no iba a haber ningún camino más en mal estado, aparte de los aparcamientos de los miradores que ya sabíamos que eran de tierra. Sobre un gran plano que había en la pared del hotel nos explicaron la ruta a seguir, íbamos a ir hacia el sur, cruzaríamos el Medio Atlas y llegaríamos a la garganta del Ziz atravesando paisajes pre-desérticos. Tras algunas preguntas y respuestas breves salimos felices de poder rodar tranquilamente. Algunos notábamos doloridas las articulaciones y los brazos por el esfuerzo realizado el día anterior. Por suerte ya se había convertido en una anécdota de la que empezábamos a reírnos. El grupo se había compactado, el mal rato pasado el día anterior había conseguido unirnos en lo bueno y en lo malo. Conducíamos relajados y felices, haciendo fotos, bailando sobre las motos y disfrutando de un paisaje espectacular, el desierto se adivinaba a los lados del camino y en las montañas peladas que nos rodeaban. Salimos de Midelt hacia Erfoud. Cruzamos pueblos pequeños de líneas rectas, vimos ganado lanar perdido en un paisaje tan yermo que parecía imposible que allí encontraran algo para comer. De repente aparecía junto a la carretera un puesto de fruta custodiado por personas ataviadas con la ropa típica. Entre las montañas peladas de vegetación nos sorprendían grandes zonas verdes llenas de palmeras y pequeñas parcelas de diversos cultivos, entre los que pasaban cursos de agua transparentes. La carretera, recta y larga nos daba la opción de hacer fotos divertidas bailando en las motos, sin manos y haciendo gestos de saludo. La sonrisa se dibujaba en casi todos los rostros, el camino era agradable y la temperatura ideal para ir en manga corta. Había tan poco tráfico que parecía que ese mundo era solo nuestro y de nuestras motos, la música resonaba en mitad del desierto mientras los brazos se alzaban y movían al ritmo de la música. De vez en cuando nos sorprendían pequeñas casas de adobe con su mezquita pintada de rosa. Paramos en un puesto de venta Bereber que había en mitad de la nada a un lado de la carretera en donde vendían objetos de barro para cocinar, lámparas, piedras con fósiles y objetos de barro que no sabíamos bien para qué servían. Por desgracia en las motos no nos cabían muchos regalos, como mucho un fósil y un par de cosas de poco tamaño para meter en algún hueco del equipaje o un par de pulseras. En la carretera, justo en el punto en el que terminaba una provincia y comenzaba otra encontrábamos unas torres a los lados de la carretera como puerta de bienvenida. El paisaje desértico nos regalaba de vez en cuando un puñado de palmeras que daban un toque de color, a veces a su sombra había personas sentadas esperando. Ya no nos sorprendía ver a un par de mujeres ataviadas con caftanes largos y velos de color caminando por la carretera, viejos en bicicleta y niños que nos saludaban al pasar, aunque algunos nos tiraron piedras en una ocasión, los demás siempre eran amables y se acercaban para chocar las manos con nosotros al pasar o saludarnos mientras nos regalaban sus sonrisas. Llegamos al mirador del valle del Ziz, increíble, no se puede decir otra palabra, ante nuestros ojos una lengua verde de vegetación abigarrada se nos presentaba como un mar verde. Las casitas de adobe se confundían con el mismo color del terreno que nos rodeaba. Un río verde de vegetación fluía hacia ambos lados, el río no se veía pero se adivinaba entre la frondosidad del palmeral .Desde el mirador admiramos el paisaje asombrados de lo que estábamos viendo y con ganas de poder tener tiempo para sumergirnos en aquel verdor y descubrir todos sus secretos pero en este viaje no había tiempo para tanto, nos conformamos con comprar pañuelos de tuareg y aprender a ponérnoslos mientras nos hacíamos fotos, divertidos de vernos trasformados en habitantes del desierto. Disparamos mil veces las cámaras y seguimos nuestro camino viendo de lejos aquella vegetación que aparecía y desaparecía entre los meandros en el fondo del valle protegido por montañas totalmente erosionadas, en duro contraste con el estrecho valle rebosante de vegetación. Volvimos a la carretera con los ojos llenos de aquél paisaje mágico. Un geiser de aguas ferruginosas nos llamó tanto la atención que nos desviamos por un camino de tierra hasta llegar a él, mereció la pena, fue un momento divertido en el que casi todos refrescamos nuestros cuerpos sudorosos con el agua fresca que surgía del centro de la tierra en un chorro de gran altura que nos salpicaba arrancándonos risas y sonrisas mientras las cámaras seguían llevándose esos recuerdos divertidos. Llegamos al hotel que parecía un castillo de arena mimetizado en mitad del desierto con el mismo color de la tierra que nos rodeaba. Había sido un buen día de ruta, el hotel era precioso y todos estábamos de buen humor. Nos refrescamos en la piscina, el agua helada tonificó nuestros cuerpos y relajó las pocas tensiones que quedaban. De nuevo ropa para lavar, baterías de cámaras para cargar y cansancio feliz mientras descargábamos las fotos del día en el notebook. Tras la cena, en la que pudimos elegir en el buffet todo tipo de comidas típicas, carne de camello, cous-cous, cordero y todo tipo de verduras a las que le siguieron gran cantidad de dulces tan apetecibles que era imposible pensar en seguir controlando la dieta.

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