THE YOSUA TEAM

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jueves, 14 de noviembre de 2013

2º Dia de Viaje

Era de preveer que la salida del garaje no iba a ser fácil, a más de uno le costó más de un intento, que se superó, como se soluciona todo en una moto: dando gas. Alguna moto perezosa quiso tumbarse a dormir sin más consecuencias que tenerlas que espabilar y enseñarles quienes eran los que mandaban. Paramos a poner gasolina antes de emprender la ruta. De nuevo en marcha descubriendo paisajes, colores y olores nuevos. Junto a la carretera encontramos rebaños de ovejas, algunas vacas, burros de un tamaño menor al que estamos acostumbrados y personas con sus vestimentas típicas circulando en motocicleta, burro, bicicleta o coche. Nos miraban pasar entre asombrados y curiosos haciendo un gesto de saludo con la mano en cuanto veían el nuestro. De cualquier casita de barro salían niños corriendo para vernos pasar y saludarnos, algunos querían chocar nuestras manos, otros tan solo nos decían adiós con las suyas regalándonos una gran sonrisa. Los carteles de la carretera hubiesen sido totalmente incomprensibles para todos nosotros si no fuera porque estaban escritos también en francés. Fuimos atravesando pueblos con casas a medio hacer, tiendas de artesanía junto a la carretera, en mitad de la nada. Hombres que surgían con botes llenos de algo para vender. De sorpresa en sorpresa llegamos a tener frío, justo en el momento en el que ya no podíamos más de frío entramos en una zona en la que el alto nivel de las residencias nos sugería que estábamos en un lugar muy especial, habíamos llegado a las pistas de ski de Ifrane, nos hicimos una foto de grupo junto al león de la plaza después de ponernos encima toda la ropa de abrigo que fuimos capaces de encontrar. Salimos por una carretera entre bosques de una belleza espectacular, era imposible creer que estuviésemos en lo que nosotros nos imaginábamos que era Marruecos, nos empezaba a resultar un bello país lleno de sorpresas variopintas y agradables. El paisaje iba cambiando por momentos, se espaciaban los bosques y crecían los terrenos yermos de tierras secas para volver a subir hacia montañas llenas de bellos bosques. Al salir de la carretera principal empezamos a ver baches y descarnaduras en el asfalto que nos hacían fijarnos más en el camino y menos en el paisaje. Al coger un desvío hacia la izquierda la cosa empeoró hasta convertirse el asfalto en tierra y piedras, poco después nos adentramos en un bello bosque de cedros, enseguida llegamos a una explanada en la que había varias tiendecitas construidas con maderos mal puestos en las que se ofrecían fósiles y recuerdos de la zona, casi todos trabajados de forma artesanal. Frente a las tiendas un majestuoso cedro milenario, seco pero impresionante en su altivez y fortaleza, debió ser un bellísimo ejemplar al que ahora rodeaba un bosque inmenso de sus descendientes, junto al árbol muerto se arremolinaban caballos adornados con mantas de colores para pasear por el bosque, monos que jugaban y saltaban entre los árboles y burros adornados para que los turistas se hicieran fotos con ellos. Empezábamos a sentirnos realmente turistas en tierra extraña, en la que la magia surgía detrás de cada curva. Después de las fotos de rigor y el curiosear por los alrededores volvimos a poner nuestras motos en marcha y poco a poco desandamos el camino de tierra hasta llegar a la carretera general. En el lugar menos insospechado aparecía un puesto de venta de piezas de barro o fruta custodiado por personas ataviadas con chilaba y babuchas o caftán y sandalias, todos ellos con la cabeza cubierta por pañuelos o turbantes que hacían que se nos fuera la vista tras ellos. La sensación de estar en un país en construcción se acrecentaba al  ver la cantidad de rotondas en obras y las grúas que salpicaban el paisaje de las ciudades, aunque sus herramientas de trabajo fueran burros que arrastraban carromatos con depósitos de agua para hacer la mezcla del material. Recorrimos una carretera que no estaba en muy buen estado por en medio de una gran planicie, nos quitamos los cascos y disfrutamos de conducir sintiendo el aire fresco en el rostro, fueron unos kilómetros llenos de encanto circulando entre la zona desértica de la alta montaña y los bosques majestuosos de las laderas. A lo lejos divisamos varias veces un lago de aguas profundas y azules. Llegamos a la cascada de Oum er Rbia, dejamos las motos en la zona que servía de aparcamiento guardadas y vigiladas por todas las personas que había en los alrededores. Siguiendo el curso del río había un camino de tierra, montaña arriba, que nos llevaba hasta la cascada, a los lados se extendían uno tras otro, locales que no eran más que pequeñas parcelas de suelo de tierra cubierto por alfombras y protegido del sol por un soporte de cañas sustentadas por primitivas estructuras de troncos, allí podías pedir que te hicieran la comida y te sirvieran para descansar y disfrutar de la familia junto al rio, según nos contaron. Al estrecharse el camino desaparecieron las zonas de comidas con sus hornos de barro y sus alfombras de colores para dar paso a un estrecho camino que llegaba hasta los pies de la cascada, si previamente habías pagado unos dírhams al dueño de la pasarela de troncos, si no lo hacías te la quitaba y no podías llegar más allá. Casi todos llegamos e hicimos una foto de grupo junto al agua que se despeñaba sobre nuestras cabezas y bajaba saltando de roca en roca uniéndose uno tras otro a pequeños afluentes que iban alimentando el río principal. La belleza era tan sobrecogedora como el rumor del agua al saltar. Comimos junto a la furgoneta que estaba poco antes de llegar al aparcamiento, los organizadores sacaron una mesa plegable de la abarrotada furgoneta, servilletas, bebidas y un par de cuchillos; nos hicimos los bocadillos allí mismo con el pan típico de la tierra que alguien había ido a comprar. Disfrutamos de charlar mientras escuchábamos el rumor del agua saltando entre las piedras. No dejábamos de asombrarnos de ver la furgoneta abarrotada con los equipajes, la moto de repuesto y las grandes neveras con la bebida enfriándose entre hielo. Todos buscábamos la sombra para comer, se empezaban a hacer grupitos y algunos dejaban bien claro que no les gustaba mucho el lugar, hubiesen preferido un restaurante de cinco tenedores, pero no había. Después de comer parecía que el buen humor se había vuelto a instalar en el grupo. Mi moto estaba a punto de hacer sus primeras 41000 millas. Lo celebramos saltando y acariciando su depósito como si de un caballo se tratara. Solo nos quedaban sesenta kilómetros para llegar al hotel. Cogimos el desvío que nos indicaron y fuimos sumergiéndonos entre paisajes de bosques y lomas desérticas que se iban alternando de forma irregular. El asfalto empezaba a escasear y los baches aumentaron de forma considerable, tanto es así que durante un buen tramo no recuerdo del paisaje más que el color rojizo de la tierra del camino que cada vez parecía volverse más difícil y tortuoso. Tras los baches y los terraplenes aparecieron los cursos de agua que atravesaban la carretera agujereando sus orillas. No había vuelta atrás, la tensión se palpaba en el aire, habíamos rebasado el punto de retorno y ya no quedaba otra opción que seguir hacia adelante, con mucho cuidado, pero hacia adelante. El temor a una caída o un accidente con malas consecuencias era más que real. Los cuerpos tensos, las miradas atentas al camino y los paquetes paralizados sobre sus asientos nos hacían ver el momento tan delicado que estábamos pasando todos. Había que seguir, la tarde pasaba anunciando un atardecer cada vez más cercano y no podíamos arriesgarnos a que la noche nos pillara en aquél camino descarnado por el que las motos saltaban como tablas de surf entre las olas. Las últimas lluvias habían destruido totalmente el camino, aun así nos cruzamos con un par de camiones cargados de troncos que iban dando saltos mientras sus ocupantes nos miraban echándose las manos a la cabeza en un gesto inequívoco e internacional de que nos tomaban por auténticos locos. Paramos unas cuantas veces y decidimos que la única forma de salir de allí era siguiendo en marcha, no nos podía pillar la noche. Algunos dejaron que sus paquetes se acomodaran en la furgoneta de la organización y en el todoterreno, le pregunté al mío si quería ir en la furgoneta y me contestó con la frase justa para darme los ánimos que me faltaban:” He venido contigo y seguiré contigo hasta el final”. Cada uno a su manera superó la prueba, unos iban rezando, otros dando ánimos a sus motos, llamándolas por sus nombres, otros pensando en sus familias y otros soñando con llegar al hotel y darse un baño caliente pero todos, todos, poniendo toda la capacidad física para dominar unas máquinas que no estaban hechas para dar saltos por aquellos caminos. No sé cuántos ángeles de la guarda nos acompañaron por allí, lo que si se es que hicieron muy bien su labor. En el cielo brillaba la última luz del atardecer cuando tocamos asfalto en condiciones, una rabia inmensa, producto de la tensión acumulada, nos hizo salir disparados en mitad de la noche en busca de una gasolinera, era apremiante llenar los depósitos agotados y refrescar la garganta de los cuerpos exhaustos. La furgoneta de la organización nos tuvo que adelantar y frenar un poco los ímpetus de algunos de nosotros que solo pensábamos en acelerar hasta llegar a la puerta del hotel. Estábamos perdidos en mitad de la noche negra, estrellada y sin ninguna indicación a la vista, menos mal que el navegador de la organización nos llevó sin problemas hasta el hotel Taddart, en Midelt. Cuando dejaron de rugir las máquinas rugieron nuestras bocas, los comentarios eran variopintos pero todos coincidíamos en que el camino se había vuelto muy peligroso. Los de la organización estaban pálidos, pedían disculpas y daban explicaciones a quienes se las pidiera, poco a poco se calmaron los ánimos y pudimos hasta reírnos de la proeza que acabábamos de hacer. Por suerte no había pasado nada. En el interior de cada uno reconocimos que había sido una dura aventura que habíamos superado como campeones y nos había unido mucho más. No diré que no hubo quejas, no fue así, pero no se sublevó nadie aunque algunos decidieron que preferían hacer la ruta por autopistas mejor que por pistas. Terminamos riéndonos y dándonos palmaditas en la espalda seguidas de grandes suspiros. Cuando llegamos al hotel era noche cerrada, noche negra llena de estrellas que no teníamos ni ganas de disfrutar. Estábamos agotados.

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