THE YOSUA TEAM

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jueves, 14 de noviembre de 2013

4º Dia de viaje

Salimos de Erfoud con dirección hacia las dunas del desierto de Merzouga. Paramos en el Zoco en el que descubrimos como son sus mercados, pobres y con moscas, a rebosar de artesanos que dominan el arte de la forja, los trabajos en piel, la alfarería y los tintes en todo tipo de tejidos. Nos acosaron desde el primer momento y se ofrecieron a ser nuestros guías en el zoco por un módico precio. Mientras el organizador y  director del viaje llegaba a un acuerdo con ellos nosotros tomábamos nuestro bocadillo de embutido de la furgoneta y una bebida fría, casi todos cerveza, en cuanto nos vieron se acercaron ofreciéndonos pulseras, fósiles y cinturones a la mitad de precio si les dábamos una cerveza o una coca cola. Muchos caímos en el trueque hasta que la cosa se desmadró y hubo que poner orden. En ese momento ya teníamos un guía que nos iba a enseñar el mercado y todas sus partes, nos llevó a la zona de las especias y los jabones y aceites en donde el famoso aceite de Argán causo furor entre los compradores al igual que las especias para condimentar los famosos pinchitos morunos. En un país así no nos sorprendió que el guía no quisiera parar en uno de los puestos del mercado y que no dejara que ninguno de nosotros nos paráramos ya que no le daban comisión por las ventas; Tras unos minutos de incertidumbre algunos decidieron volver y comprarse los chalecos que les habían gustado tanto a pesar de que nuestro guía no se llevara ninguna comisión, eso pareció no gustarle mucho aunque los que compraron volvieron encantados con sus adquisiciones. No les gusta que les hagas fotos ni aunque se lo pidas por favor, entonces no quedaba más remedio que intentar robar algunas a sabiendas que de esas fotos solo saldrían bien un uno por cien de las instantáneas. A mí, particularmente, me llamó mucho la atención la cantidad de barberías que había en las que los hombres se arreglaban la barba y el pelo, cuando no tenían clientes los barberos descansaban tumbados en los bancos o en las alfombras. Ninguno nos dejó hacer fotos. En el mercado se repitió la tónica de siempre: regateo y regateo. Lo que empezaba costando 600 dirhams lo terminabas comprando por veinte, toda una lucha en la que sabías que te iban a engañar sí o sí. O esa es la sensación que te queda en el  cuerpo y más aún cuando compras algo y ves que el compañero lo ha comprado igual pero por la mitad.  Volvimos a las motos que seguían vigiladas por varios hombres que insistieron en pedirnos bebidas y dinero hasta que nos fuimos.
Salimos hacia el hotel, situado muy cerca de las dunas del desierto de Merzouga, el hotel era una construcción que parecía de adobe y se mimetizaba perfectamente con el entorno, en la entrada dos estatuas de camellos, una a cada lado de la carretera, nos daban la bienvenida. El hotel era amplio y agradable con habitaciones de buenas dimensiones muy bien decoradas. Nos dimos un remojón  en la piscina, pusimos un rato a cargar las baterías de las cámaras y nos vestimos para cambiar nuestras monturas por los camellos que nos esperaban en las dunas. Fuimos hasta allí en coches todo terreno, en pocos minutos estábamos a pie de duna mirando de cerca los camellos e intentando subir a ellos sin caernos de cabeza. Muchos de nosotros nos habíamos ataviado con la vestimenta y los pañuelos típicos de los touareg, reíamos al vernos a la vez que nos parecía precioso. En ese momento parecía que habían cobrado vida las figuritas del belén de los abuelos. Turbantes, caftanes y chilabas ondeando al aire sobre los camellos, cada animal llevaba en una oreja, como un pendiente, una numeración, cada uno recordó el número del suyo para volver a montarse en él cuando bajáramos de la cima de las dunas. El paso del camello era lento, sus patas se asentaban en la arena con delicadeza imprimiendo a sus movimientos un balanceo adormecedor, el sol caía en el horizonte dibujando nuestras sombras en la arena anaranjada. Todas las cámaras estaban en funcionamiento, los comentarios y las risas se fueron apagando para dar paso a la contemplación del paisaje y al rumor de las pisadas de los camellos en la arena, quedaban pocos minutos para la puesta de sol cuando los camellos pararon en mitad de las dunas a poco camino de la cima que tuvimos que subir casi corriendo para disfrutar de ver una puesta de sol única. Algunos tiramos los zapatos en la arena y subimos la duna sintiendo la suavidad y la temperatura de la arena. La arena era suave y cálida y su tacto en nuestros pies parecía una caricia. Llegamos a lo alto de la duna para quedar sobrecogidos por la belleza del paisaje que nos rodeaba, alguien señaló que allí cerca estaba la frontera con Argelia, miramos durante unos segundos como queriendo ver una línea que nos dijera que aquella era la frontera para volver a sumergirnos en la belleza de una puesta de sol vista desde las dunas del desierto. Todos quedamos en silencio tras hacer fotos y comentarios de la experiencia vivida hasta ese momento, después habló el sol en su ocaso dejándonos sin palabras.
Cuando por fin pudimos reaccionar nos dimos cuenta de una imagen surrealista que estaba desarrollándose frente a nosotros en las dunas más pequeñas, unos chiquillos corrían con bicicletas por ellas, subiendo y bajando frente a los últimos rayos de sol que aumentaban las bicis y a los niños en las sombras que dibujaban en la arena.
Bajamos de la gran duna y nos encontramos que cada camellero había sacado de su mochila un montón de objetos y los había expuesto sobre una tela para vendérnoslos mientras nos hablaba de lo difícil que era la vida en aquellos lugares y lo necesitados que estaban de vender aquellas figuritas para poder sobrevivir con sus familias durante el duro invierno. No nos quedó más remedio que comprarles algo ya que consiguieron llegarnos al corazón. La oscuridad empezaba a hacer difícil distinguir unos camellos de otros, subimos en ellos casi a oscuras y volvimos hacia donde estaban los coches todoterreno esperándonos, cada grupo de camellos tomó una dirección haciendo que en un momento nos encontráramos solos cuatro camellos y un camellero bajo un cielo negro repleto de estrellas; Nos quedamos en silencio disfrutando del momento, parecía como si nos hubiésemos perdido subiendo y bajando lentamente dunas hasta que al final oímos las voces divertidas de nuestros compañeros que esperaban junto a los coches. Casi todos coincidimos en que hubiésemos seguido a lomos de aquellos animales toda la noche cruzando las dunas del desierto. Volvimos al hotel con ganas de cenar, la excursión nos había abierto el apetito. Llevábamos las bellas imágenes de las dunas del desierto grabadas en el corazón, estábamos seguros de que no lo olvidaríamos nunca.
El grupo se reunió tras la cena en la terraza del hotel frente a las lejanas dunas y los camellos que veíamos más cercanos, la noche era tan negra que las estrellas lucían con todo su esplendor regalándonos el espectáculo de estrellas fugaces que nos obligaban a soñar y pedir deseos, de fondo la música de la furgoneta que habían llevado hasta las cercanías y las bebidas que en ella llevábamos y que nos relajaron en conversaciones distendidas y anécdotas graciosas que íbamos contando uno tras otro hasta caer en el silencio absortos en el baile de las estrellas que caían en el desierto. La temperatura era tan buena que podíamos seguir en manga corta sin notar ese frío que nos habían dicho que hacía por la noche. Quizás fue nuestra noche de suerte. Los que quedaban se fueron poco a poco despidiendo hasta que quedó tan solo la noche estrellada, negra y brillante rodeada de desierto y unos cuantos moteros silenciosos disfrutando de un espectáculo único e inolvidable.

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