Salimos hacia Ouarzazate
casi a media mañana, la ruta no iba a ser muy larga y nos lo tomamos con calma,
continuamos por el Valle de las Rosas, nos desviamos hacia la garganta del
Dades por una carretera llena de curvas, en una de ellas, atravesada de lado a
lado por un gran bache, se tumbó una de las motos que llevábamos delante, fue
una sensación extraña y desagradable ver caer a los compañeros, sobre todo a
ella, que salió literalmente volando ante nuestros ojos hasta aterrizar en el
suelo sin más daño que el dolor del golpe y el susto que ambos se llevaron en
el cuerpo. Nos detuvimos para relajar tensiones y hacer un par de fotos de
grupo a contraluz junto a la garganta profunda por la que corría el río. Una
vez superado el susto y viendo que no había habido daños materiales reanudamos
la marcha despacito para poder ver bien los baches que de vez en cuando
decoraban la carretera. Unas curvas más
arriba paramos en un bar desde el que se divisaba todo el curso del río, las
inmensas paredes de su garganta y la carretera serpenteante por la que habíamos
venido. Los compañeros que habían caído
decidieron esperarnos allí ya que el camino había que desandarlo y ellos no
tenían ganas de más curvas. Seguíamos subiendo y subiendo la montaña por una
carretera estrecha que parecía querer
llegar al cielo, a un lado el precipicio y al otro la montaña a la que
no acabábamos de coronar, abajo quedaba el rio escondido entre las sombras que
provocaban las mismas montañas por entre las que discurría. Llegamos a una
explanada que hacía de mirador y disfrutamos de un paisaje único e inesperado, allí, en las
cimas de la cordillera del Atlas teníamos ante nuestros ojos un valle que
discurría entre las laderas de las montañas desérticas, no más ancho que un
campo de futbol, o quizás dos al verlo desde tal altura era difícil calcular,
alrededor todo puro desierto, montañas desérticas y un inmenso cielo azul,
luminoso y limpio hacían aún más irreal la belleza de esa franja de vegetación
que discurría, como un gran río verde al abrigo de las montañas sin vegetación,
la mancha verde iba haciendo meandros como si de un río se tratara dibujando
retazos de color verde en cada recodo de las montañas. La carretera se volvió
mágica, pintada de verde en el fondo y
todo tipo de ocres a los lados. En el momento de parar nos dimos cuenta de que
habíamos perdido un bulón de sujeción de uno de los apoyapiés del copiloto lo
que dificultaba mucho su labor de hacer fotos ya que ni se podía apoyar con
fuerza ni mantenerse de pie ni un
segundo, todos trataron de ayudarnos pero no quedaba más opción que buscar un
taller en el que nos pusieran una tuerca de presión o un perno con tuerca y
arandela que sujetara bien el reposapiés. Hicimos fotos de grupo y disfrutamos
de la bella vista antes de volver a desandar la carretera.
En algún lugar del camino
yo había visto el taller de un herrero, se lo dije al jefe de ruta con la idea
de quedarnos a reparar la moto y luego alcanzar al grupo en el bar en el que
nos esperaban los compañeros. Nadie quiso seguir la ruta sin nosotros, me
emocionó ver a tantas personas esperando pacientemente a que me arreglaran el
reposapiés, les dimos las gracias a todos después de tener la moto arreglada y
partimos en grupo montaña abajo para reunirnos con los compañeros que nos
esperaban, pasamos junto a ellos media hora después y ya todos juntos seguimos
la ruta hacia la Kasbah de Ait-Benadou. Los depósitos de gasolina ya iban secos
y paramos en la primera gasolinera que encontramos en el camino, repostamos
todos y en el momento en el que la última moto repostaba apareció la moto del
compañero que se había caído en la curva seguido de la furgoneta, paró en el
arcén y se dirigió enfurecido hacia el jefe de ruta, nuestro Road, diciéndole
todo tipo de insultos que hizo extensivos a todos los que íbamos con él, estaba
enfurecido por las dos horas que habían estado esperando y rabioso porque no
habían comido y nosotros sí, en ese momento le explicamos que nadie había
comido porque habíamos tenido una avería que nos retrasó. Se quedó sin palabras
y confundido, entendíamos su nerviosismo pero creíamos que se había pasado
ligeramente con sus improperios.
Algo molestos por la
situación vivida llegamos al hotel de Ouarzazate, aprovechamos para
refrescarnos en la piscina, estando allí se acercó a mí el compañero al que se
le había caído la moto, en el bache que más parecía un socavón; estuvimos
conversando de la responsabilidad que supone llevar la vida de otra persona en
tus manos, del disgusto de no haber
podido evitar una caída y de la preocupación por casi provocar un accidente en
cadena. Él estaba molesto por su forma
de actuar aunque consideraba que tenía parte de razón, reconoció que se había
preocupado muchísimo al ver a su mujer en el suelo y que no pudo contener los
nervios cuando nos vio de vuelta pasar sin parar a esperarlos. Los moteros no
paramos pero la furgoneta sí. Yo entendí su enfado y su preocupación, al igual
que debían entenderlo todos, y él entendió que estuviéramos molestos por sus
palabras.
Antes de cenar fuimos un
grupo, dando un paseo, a visitar la
Kasbah de Taouirt, llegamos a
tiempo para que un guía nos enseñara el palacio y las distintas dependencias,
luego paseamos por la ciudad, vimos tiendas e hicimos fotos y más fotos. Tras
un atardecer precioso en tonos rojos y anaranjados que se reflejaban en los
edificios color tierra volvimos al hotel para cenar. Había música en directo en
la terraza y aprovechamos para echar unos bailes y tomarnos algo fresco.
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